Arcipreste de Huelva, Obispo de Málaga y posteriormente de Palencia. Sevillano. Nació en 1877 en el seno de una familia humilde y profundamente religiosa. Su padre, Martín González Lara, era carpintero, mientras su madre Antonia se ocupaba del hogar. Se ordenó sacerdote en 1901. Murió en Madrid el 4 de enero de 1940.
Siendo un joven sacerdote, fue enviado a predicar una misión a un pueblo llamado Palomares del Río. Esperaba una gran acogida, un pueblo fervoroso, grandes conversiones y muchas confesiones. Sin embargo, encontró un pueblo frío, nadie salió a recibirlo, ni acudieron a su convocatoria. Encontró, una iglesia restaurada pero descuidada y, además, algo que le produjo una sacudida al corazón, algo que cambió su vida: a Jesús Abandonado en su Sagrario, sucio y olvidado. «¡Qué esfuerzos tuvieron que hacer allí – nos cuanta él mismo – mi fe y mi valor para no volver a tomar el burro que aún estaba amarrado a los aldabones de la puerta de la iglesia y salir corriendo para mi casa! Pero no huí. Allí me quedé un rato largo y allí encontré mi plan de misión y alientos para llevarlo a cabo: pero sobre todo encontré… allí, de rodillas ante aquel montón de harapos y suciedades, a través de aquella puertecilla apolillada a un Jesús tan callado, tan paciente, tan desairado, tan bueno, que me miraba… sí. Me parecía que después de recorrer con su vista aquel desierto de almas, posaba su mirada entre triste y suplicante, que me decía mucho y me pedía más, que me hacía llorar y guardar al mismo tiempo las lágrimas para no afligirlo más, una mirada en la que se reflejaba una ganas infinitas de querer y una angustia infinita también por no encontrar quien quisiera ser querido. Sí, sí, aquellas tristezas estaban allí en aquel Sagrario oprimiendo, estrujando al Corazón dulce de Jesús y haciendo salir por sus ojos su jugo amargo, ¡lágrimas benditas las de aquellos ojos!… ¿verdad que la mirada de Jesucristo en esos Sagrarios es una mirada que se clava en el alma y no se olvida nunca?».
… ¡Nada! Yo no os pido ahora dinero para los niños pobres. Ni auxilio para los enfermos. Ni trabajo para los cesantes. Ni consuelo para los afligidos. Yo os pido una limosna de cariño para Jesucristo Sacramentado; un poco de calor para esos Sagrarios tan Abandonados. Yo os pido, por el amor de María Inmaculada, Madre de ese Hijo tan despreciado, y por el amor de ese Corazón tan mal correspondido, que hagáis compañía a esos Sagrarios Abandonados.
Nunca olvidó esa mirada y consagró su vida entera a acompañar y a hacer acompañar al Gran Abandonado, a Jesús en el Sagrario. “Abandonado y pobre le he llamado – nos sigue diciendo-. ¡Que no se alarme vuestra piedad! Abandonado, porque hay lugares donde no se abre el Sagrario, ni se comulga. Abandonado porque está solo desde la mañana a la noche y desde la noche a la mañana. Así, completamente solo está Jesucristo en muchísimos Sagrarios, y por consiguiente ¡pobre!, no ya de pobreza material, sino de calor de corazones amantes, de lágrimas, de ruegos, de suspiros de arrepentimiento, de ayes de necesitados, de gratitud de reconocidos, de…en muchos Sagrarios, no hay, ni rodillas dobladas, ni cabezas inclinadas, ni ojos que miran, ni bocas que piden, ni corazones que se ofrecen… ¡Nada! Yo no os pido ahora dinero para los niños pobres. Ni auxilio para los enfermos. Ni trabajo para los cesantes. Ni consuelo para los afligidos. Yo os pido una limosna de cariño para Jesucristo Sacramentado; un poco de calor para esos Sagrarios tan Abandonados. Yo os pido, por el amor de María Inmaculada, Madre de ese Hijo tan despreciado, y por el amor de ese Corazón tan mal correspondido, que hagáis compañía a esos Sagrarios Abandonados”.
Este es el corazón de San Manuel González, el Apóstol de la Eucaristía, el Obispo del Sagrario Abandonado.
Su amor a la Eucaristía le llevó a desplegar una intensísima labor apostólica y social con niños, con los obreros y pescadores, con las mujeres y los ancianos,… Fue catequista insigne, fecundo escritor, editor de la revista “El granito de arena”, fundador,… siempre con el objetivo de hacer acompañar a Jesús en el Sagrario y de que todo el mundo conociera y experimentara ese amor de Jesús que se da.
Tuvo un gran sueño pastoral: el seminario de Málaga, sus seminaristas y sacerdotes, porque sin sacerdotes no hay Eucaristía. “Cómo se me desgarra el alma de pena – nos cuenta – al mirar tantas porciones de Diócesis con sus templos vacíos y sus aras rotas y sus techumbres abiertas y sus altares colgados de telarañas y sus capillas de Sagrarios cubiertas de jaramago y habitadas por los pájaros o los reptiles por no tener sacerdote… ¡Pobres pueblos sin curas! ¡Pobres sociedades sin la luz y la sal del sacerdote!”. Quería y cuidaba mucho a los sacerdotes a los que, después de ordenarles, les recomendaba señalando al Sagrario: “Tratádmelo bien, tratádmelo bien!”.
Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, esté siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí esta Jesús!, ¡Ahí está! ¡No dejadlo abandonado!
Que quisiéramos a Jesús en el Sagrario, ese fue el objetivo de toda su vida, y a eso nos sigue enseñando, pues Don Manuel está enterrado debajo del Sagrario de la Catedral de Palencia, con una lápida blanca y sencilla que recoge el epitafio que él mismo escribió: “Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, esté siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí esta Jesús!, ¡Ahí está! ¡No dejadlo abandonado!”. Fue canonizado por el Papa Francisco el 16 de octubre de 2016.